No paro de mirarte las manos pálidas sobre mis muslos.
Me fijo en como descansan sobre ellos cuando estás dormido.
Con esos verdes cerrados y el pelo enmarañado sobre mi regazo.
Es como si no pudiera pedirle nada más al momento que estoy viviendo.
Como si el tiempo corriera a toda velocidad y agacháramos la cabeza para coger impulso sobre él.
Me dices que vaya sin prisa, que tenemos todo el tiempo del mundo.
Y yo al despertarme no corro a buscarte,
huelo el café desde aquí y me quedo tranquila esperándolo.
No corro en tu búsqueda porque tú ya me has encontrado a mi,
y me has sacado del pozo al levantarme en volandas.
Me has enterrado los miedos a la distancia con tus labios sobre los míos.
No puedo parar de mirarte las manos pálidas sobre mis muslos mientras te escribo esto.
Aquí, sobre mí, siento que lo eres todo.
Que te has convertido en el trocito que me faltaba,
me has convencido de muchas cosas,
entre ellas, que nunca te vas a ir.
Demostrando así, que eras justo la lentitud que esperaba.
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