Sano porque evito la herida que me parte en dos.
Porque me ato las manos a la espalda al dormir para no buscar,
a tientas, los neones de tu entrada.
Al salir, me enciendo el cigarro con las dos manos,
para ocuparme de hacer chispas
y de no tentarme a buscar el calor que me falta desde hace un tiempo.
Sano porque me borro las manchas de tinta de las cartas
y escondo los restos bajo la nieve negra de las pisadas en los caminos.
No porque olvide, sino porque olvidé
y me he acordado de mí,
por eso sano.
Sigo escuchando mis lágrimas sobre la arena y te juro que nunca fui más feliz que ahora.
Las sigo escuchando y no me siento triste al reafirmarme los sentimientos.
Puedo vivir con ello,
igual que con otras muchas cosas que tengo clavadas en la piel,
como las cicatrices de golpes pasados.
Sano, no porque me cure,
sino porque nunca estuve herida.
Sano porque me di cuenta de que el verdadero dolor nunca me mató
y sigo escribiendo sin parar.
Sano porque me quiero y me encuentro.
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