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24 de enero de 2021

El descenso no te mata si el ascenso es el final.

Aunque al nadar noté los pulmones asfixiando mi corazón, nunca dejé de bucear en el mar oscuro. Fui incapaz de salir a flote las noches de luna nueva, la oscuridad me aterrorizaba desde el fondo. Abrí los ojos y me fundí con las algas marrones y saladas de océano. Patalee entre las corrientes y por más que lo intentó, nunca dejé ceder las rodillas a las olas hundiéndose bajo la presión del aire.
Ahuequé en las palmas las burbujas al respirar y no permití el abatimiento ni el cansancio. Seguí buceando hacia abajo, rajándome los tímpanos y escuchando la sangre fluir entre mis piernas.
Posé todo mi peso y el de las columnas de agua en el suelo de arena gris y al mirar a la superficie se me cerraron los labios al sonreír. Dejé de respirar y descubrí que las mareas en la raíz no me mecían ni me empujaban al cielo.
Fui feliz en el núcleo de la tierra y nunca quise precipitarme. Estaba sola, pero llegué con mis pies y de allí nadie me iba a sacar.
Aquí estoy, donde yo misma me dejé.
Preparándome para el ascenso.

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