Aunque al nadar noté los pulmones asfixiando mi corazón, nunca dejé de bucear en el mar oscuro. Fui incapaz de salir a flote las noches de luna nueva, la oscuridad me aterrorizaba desde el fondo. Abrí los ojos y me fundí con las algas marrones y saladas de océano. Patalee entre las corrientes y por más que lo intentó, nunca dejé ceder las rodillas a las olas hundiéndose bajo la presión del aire.
Ahuequé en las palmas las burbujas al respirar y no permití el abatimiento ni el cansancio. Seguí buceando hacia abajo, rajándome los tímpanos y escuchando la sangre fluir entre mis piernas.
Posé todo mi peso y el de las columnas de agua en el suelo de arena gris y al mirar a la superficie se me cerraron los labios al sonreír. Dejé de respirar y descubrí que las mareas en la raíz no me mecían ni me empujaban al cielo.
Fui feliz en el núcleo de la tierra y nunca quise precipitarme. Estaba sola, pero llegué con mis pies y de allí nadie me iba a sacar.
Aquí estoy, donde yo misma me dejé.
Preparándome para el ascenso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario