Cada día moría un poquito más en tus brazos,
la melancolía inundaba mis pulmones de brea oscura.
Dentro de mi corazón llovía a mares,
el cielo era gris.
Las piedras que encontrabas en el camino me golpeaban
y yo solo veía tus manos lanzándolas,
enmascarándolas con besos y caricias.
Deberías arrancarte la piel de cordero que tienes cosida en el pecho,
dejar de lapidarme con tus futuros soñados,
esos que querías para ambos,
solo si cerraba los ojos y te seguía.
Debiste soltar el amarre,
tirarme, al fin, por el precipicio.
Así, al menos, hubiera tenido descanso.
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