Y así fue, me deslicé lentamente hasta el suelo y tensé los músculos. Mientras mi corazón latía a mil por hora, mi cabeza giraba a cien revoluciones por minuto y mis oídos pitaban y se llenaban de sangre espesa y caliente que quemaba los resquicios de temor que se escondían entre mis huesos.
Por duro que pareciera, mi miedo a los espacios cerrados era tan salvaje y fuerte que a veces me llevaba a la locura y me hacía ver alucinaciones tan severas que parecían cuentos de terror, con gigantes y monstruos aferrándose a los dedos de mis pies, que colgaban de un alto barranco donde solo hay un fondo de nubes que no deja entrever sino el final de todo
1 comentario:
Pequeño trocito
de su libro
inacabado aun,
pronto acabado.
Lindo trocito.
Publicar un comentario