Ayer comencé a escribir un libro.
El chico le prometía las estrellas a la chica.
La chica bailaba frente al chico.
Escuchaban música de la radio y hacían fotos polaroid.
Las colgaron del balcón y admiraban los rascacielos desde allí.
La niebla de por la mañana los despertaba entre remolinos.
El chico preparó café y la chica se revolvió en el colchón.
Olía todo el pasillo y una canción de los noventa sonaba rayada en el altavoz.
Ahora leo lo que escribí y me da pena que el chico vaya a llorar.
Me da pena que la chica salte desde la ventana y se pierda en el cielo.
Juraría que escapaba.
Que se liberaba.
El chico le escribió una canción y ella hizo llover sobre sus letras,
emborronando todas las notas.
En su cabeza seguía sonando la canción de los noventa,
y bailaba en el piso de arriba, soltando sus nudos y abriendo las alas.
La chica comenzó a mirar los rascacielos de otra forma,
los quiso tocar con la punta de los dedos.
El chico quemó las polaroids, las hizo añicos,
arrojó sus cenizas a la playa y allí se hundió.
Y mientras, ella escalaba.
2 comentarios:
Merecedor de un vídeo con imagenes en b/n y alguna canción de los noventa. Me ha encantado la frescura de éste relato.
Las chicas siempre vuelan, vuelan alto, a pesar de las canciones y los cafés.
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