El primer día lloré.
Al siguiente volví a llorar,
ahogándome en la pena.
Al tercer día me arranqué la venda de los ojos.
Lloré al liberarme.
Mi pena seguía.
El cuarto salí a pasear.
Lloré al hacerlo sola.
El quinto subí a la azotea y pensé en saltar.
Lloré mirando al sol.
Mi pena me impedía alejarme.
No soy débil, me di cuenta el sexto día.
Y lloré al echar de menos mi alegría.
Soy fuerte, me dije el séptimo,
pero sigo sintiendo esta pena.
Lloré.
Lloré.
Y lo hice mil veces más.
Y la pena se hizo grande.
Y me quedé seca.
Pero todavía tenía pena.
Supongo que se hace bola y se entierra en mi cabeza.
Supongo, también, que solo me queda esta pena.
Y con ella me paseo.
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