Le he cogido el gusto a escribir sobre los sitios que he visitado. Pero no hubo lugar más desordenado que Praga. Desde lejos, con fotos, con videos, podrías pensar que es la ciudad más bonita del mundo. Lo cierto es que todo ese caos y ruido te taladra la mente y no te deja disfrutar de los minuteros y del señor de la muerte girando el reloj de arena del final. El ruido no te deja escuchar el tik-tak del astronómico y los colores no se aprecian si el sol te ciega los ojos.
Cada vez que pienso en aquel lugar, me viene a la mente el puente y la orquesta humana que era aquel hombre. Nos cantó durante el camino con todo el cuerpo y no paro de escucharlo cuando estoy sola y me da por echar de menos. Es como la banda sonora de aquel viaje y todo lo que sentí en él.
En aquel viaje aprendí a sentirme sola aunque estuviera rodeada de personas. Entendí que lo efímero te raja por dentro y te marca de por vida. Es por eso que de vez en cuando me agobio de pensar en aquel puente.
Praga te abruma, te apabulla.
La propia Praga no te deja respirar y te encierra en los recuerdos.
Praga es bonita,
y es su propia belleza la que te hace sentirte un hombre en el cuerpo de un insecto.
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