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10 de agosto de 2013

We gonna let it burn.


La verdad que siempre duele. El que yo esté aquí y tú estés allí. Vulnerable. Casi celestial. La mezcla de una mala combinación por lo que se ve. La formación de un propio diccionario. Canciones que marcan etapas que están por terminar. Los miedos que nos han traído hasta aquí. Las metas que te inventaste para motivarme. El disparate que se me pasa por el corazón cuando no estás aquí, siendo vulnerable conmigo y por pocas tocando el cielo. Que parece una bóveda, ya que me tiene encerrada en este sitio. No podemos parar de errar. No puedo dejar de tener alucinaciones. Respecto a lo que sea. Un charco al final de la carretera que se deja ver cuando vas a la playa en verano con tus padres. La música elegida para marcar los kilómetros uno a uno y para llorar cuando el aleatorio la vuelva a escoger.  Una y otra vez. La memoria que no me falla por más que yo quiera. Los pies que no tocan suelo aunque el piloto diga que ya hemos llegado a "su" destino. 
La prisión en la que se convierte tu casa a los dieciocho años, a los diecisiete, a los dieciséis. Los pájaros que se ríen de tus rejas. Tus manos que se creen artistas en potencia y consideran el irse de tu cerebro y volver con el corazón. Las traiciones que hacer caer sobre nosotros haciéndonos olvidar lo más inolvidable. Ese culo en el vaso de leche que nunca me atrevo a terminar. Los gofres de por la mañana que muy difícilmente me alimentan. Los pasteles rosas que me dejan con hambre. Porque no me gusta el chocolate. 
Las volteretas que hacen casi desaparecer tu bañador al caer de golpe. Las ganas de salir cuando estás en el fondo. Las burbujas que rozan la barriga cuando te haces el muerto.
Pero son solo palabras sin sentido.
Y ya está, no hay nada más que decir.

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