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26 de agosto de 2020

Es como el cenicero sobre la mesa roja.

Como los desconchones que no se podían disimular.

La taza de café descansando en el fregadero y la sartén llena de risotto caliente.

 

A lo que me refiero es que es el recuerdo que no hace sonreír.

Es el recuerdo que siempre está ahí pero no te hace sentir nada.

Los restos de cereales que nunca se acabaron.

El cigarro bajo la lluvia, apagado y frio.

Es esa canción que escribió pensándola cierta y bonita.

 

Cómo pudo llorarle a los ojos las mentiras que cantaba.

Cómo pudo callarle, decir: somos parecidos.

Hacerle sentir parte del suelo...

Cómo pudo sonreír en las fotos con ella a su lado.

Cómo pudo abrazarle a miles de kilómetros pero no esperar estando en la casa de al lado.

Cómo pudo jurarle, planearlo todo, decirle tantas cosas...

 

Sin alma.

Lo hizo sin alma.

Lo hizo con las manos en alto después de lavarlas.

 

Y ahora no hay nadie que le consuele.

No hay nadie que le toque y le despierte.

Que se dé cuenta de que no hay nadie.

Que si cree estar acompañado, pronto resultará ser igual que él.

 

Ahora mientras cae, ¿quién lo levanta?


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